El hinduismo surgido en Nepal, Katmandú, la región del Himalaya, dio inicio a la idea de Dios y de Orden por medio y a través de la Leyes Divinas.
La primer tarea civilizadora consistió en lograr obediencia social, para lo cual se estratifica a la población en castas (en varna, literalmente ‘color’), o clases sociales establecidas en forma tradicional y prescriptiva por factores heredados y de nacimiento. Esta ideología enseña que los seres humanos fueron creados de las diferentes partes del cuerpo de una divinidad: Purusha, el Primer Ser, la primera manifestación de Brahmā. Dependiendo de la parte del cuerpo de Brahmā de donde los humanos fueron creados, éstos se clasifican en cuatro castas básicas, las cuales definen su estatus social, con quién se pueden casar, y el tipo de trabajos que pueden realizar.
Las Leyes de Manu dictaminan que este orden es sagrado y que nadie puede aspirar a pasar a otra casta en el transcurso de su vida. Es decir que debe tener el oficio de su padre y casarse con alguien de su casta o clase. Sólo mediante la sucesión de genética se puede ir avanzando (o retrocediendo) en este estatus. La sucesión genética no es casual ya que las nuevas generaciones reciben la crianza de sus padres. Los individuos trabajadores, obedientes, respetuosos, temerosos de las Leyes divinas podrán inducir a sus hijos o descendencia a superar su status. A pesar de que varias revoluciones sociales han tratado de abolirlo, el sistema de estratificación social continúa dentro de las sociedades atlánticas siendo, todavía hoy, una característica indeleble de la sociedad.
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