
En un artículo escrito para los periódicos de la cadena Hearst, en 1912, Paul Schliemann (nieto de Heinrich Schliemann, quien, en 1871, descubrió Troya) sostuvo que su abuelo, interesado en el tema de la isla sumergida, escribió poco antes de su muerte, en 1890, una carta sellada que debía ser abierta por un miembro de su familia, el cual habría de dedicar su vida a las investigaciones que en ella se señalaban.
Paul afirmó también que una hora antes de su muerte, su abuelo agregó un post-scriptum abierto con las siguientes instrucciones: “Rompa el cántaro con la cabeza en forma de búho. Examine su contenido. Se refiere a la Atlántida”. Según él, no abrió la carta, que estuvo depositada en un banco francés hasta 1906. Cuando finalmente la abrió, supo que su abuelo había encontrado durante sus excavaciones en Troya un cántaro de bronce que contenía algunas tabletas de barro, objetos metálicos, monedas y huesos petrificados.
El cántaro tenía una inscripción en que se leía en escritura fenicia: “Del rey Cronos de la Atlántida”.
Según Paul Schliemann, su abuelo había examinado un vaso de Tiahuanaco y encontrado en el interior restos de cerámica de la misma composición química, y objetos metálicos de una aleación idéntica, compuesta de platino, aluminio y cobre (orocalco). Dedujo que estos diversos objetos estaban relacionados por medio de un punto central de origen: la Atlántida.
El joven Schliemann escribió que rompió el cántaro con la cabeza en forma de búho, en el que encontró un disco metálico blanco, mucho más ancho que el cuello del cántaro “en uno de cuyos costados había grabados extraños signos y figuras que no se parecen a nada que yo haya visto, en escrituras o jeroglíficos”. En el otro lado había una inscripción fenicia arcaica: “...Procedente del templo de las murallas transparentes”. Entre otras piezas de la colección de su abuelo, Paul afirmó haber encontrado un anillo de aleación desconocida, una estatuilla de elefante labrada en un hueso petrificado y un mapa que había utilizado un navegante egipcio que andaba a la búsqueda de la Atlántida. Prosiguiendo sus propias pesquisas en Egipto y África, Paul Schliemann halló otros objetos del misterioso metal que le llevaron a pensar que había reunido cinco eslabones de una cadena: “Las monedas de la colección secreta de mi abuelo, la moneda del cántaro de la Atlántida, las monedas del sarcófago egipcio, la moneda del cántaro de América Central y la cabeza (metálica) de la costa de Marruecos.
Paul afirmó también que una hora antes de su muerte, su abuelo agregó un post-scriptum abierto con las siguientes instrucciones: “Rompa el cántaro con la cabeza en forma de búho. Examine su contenido. Se refiere a la Atlántida”. Según él, no abrió la carta, que estuvo depositada en un banco francés hasta 1906. Cuando finalmente la abrió, supo que su abuelo había encontrado durante sus excavaciones en Troya un cántaro de bronce que contenía algunas tabletas de barro, objetos metálicos, monedas y huesos petrificados.
El cántaro tenía una inscripción en que se leía en escritura fenicia: “Del rey Cronos de la Atlántida”.
Según Paul Schliemann, su abuelo había examinado un vaso de Tiahuanaco y encontrado en el interior restos de cerámica de la misma composición química, y objetos metálicos de una aleación idéntica, compuesta de platino, aluminio y cobre (orocalco). Dedujo que estos diversos objetos estaban relacionados por medio de un punto central de origen: la Atlántida.
El joven Schliemann escribió que rompió el cántaro con la cabeza en forma de búho, en el que encontró un disco metálico blanco, mucho más ancho que el cuello del cántaro “en uno de cuyos costados había grabados extraños signos y figuras que no se parecen a nada que yo haya visto, en escrituras o jeroglíficos”. En el otro lado había una inscripción fenicia arcaica: “...Procedente del templo de las murallas transparentes”. Entre otras piezas de la colección de su abuelo, Paul afirmó haber encontrado un anillo de aleación desconocida, una estatuilla de elefante labrada en un hueso petrificado y un mapa que había utilizado un navegante egipcio que andaba a la búsqueda de la Atlántida. Prosiguiendo sus propias pesquisas en Egipto y África, Paul Schliemann halló otros objetos del misterioso metal que le llevaron a pensar que había reunido cinco eslabones de una cadena: “Las monedas de la colección secreta de mi abuelo, la moneda del cántaro de la Atlántida, las monedas del sarcófago egipcio, la moneda del cántaro de América Central y la cabeza (metálica) de la costa de Marruecos.
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